Era inexplicable la felicidad que sentía de niña cada vez que mis padres decidían comprarme cualquier tipo de calzado, y digo cualquier ya que daba lo mismo si eran bambas, zapatitos, zapatillas, bailarinas, botitas o sandalias todo era bien recibido.
Mi padre que sabía lo que me gustaban me anunciaba la compra días antes, y ya la noche anterior a la futura adquisición, no dormía.
Por fin, llegaba el deseado día. Ver aquellas zapaterías repletas de calzados, con sus estantes llenos de numerosos pares era lo que más ilusion me hacía.
Recuerdo como me recreaba mirando el escaparate de la mano de mi madre. Memorizaba las referencias de los zapatitos seleccionados para dárselas después a la dependienta que me preguntaba, ¿a ver bonita cuál te gusta? y yo se lo indicaba.
Todos me llamaban la atención por algo, o bien por el color, por el diseño, o bien por la moda del momento. Si por mí hubiera sido y con una visa en la mano, segurísimo que hubiese arrasado. Durante un largo tiempo experimenté un gran cambio, mi piececito iba creciendo y a su vez se iba adaptándo a otros números.
Lo peor era cuando me encaprichaba de alguno, y escuchaba aquella desafortunada frase de lo siento en este color no lo tenemos o perdone, pero se nos han acabado.
Y que alegría cuando salía por la puerta con los zapatos nuevos puestos. De camino a casa únicamente repetía ¡mirad que suela, mirad como piso, mirad que bien camino, mirad como corro.!
Esa misma noche me metía en la cama con ellos, mi madre al rato venía para quitármelos pero yo medio dormida me resistía. A la mañana siguiente me despertaba y comprobaba si aún los llevaba puestos.
Estaba como niña con zapatos nuevos.

Me encanta!!!! 🙂
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Gracias Elyetta
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