Había una vez una niña a la que no se le daba bien la Física y Química por eso sus padres decidieron ponerle un profesor particular, a fin de poder reforzar la asignatura, todo un privilegio.
Encima del escritorio unos libros y una calculadora científica de la marca Casio. La niña estaba ilusionada por superarse con estas clases de refuerzo. El profesor un chico de unos veinti tantos quería ganarse un dinero dedicándose a la docencia pero su conducta rozaba la indecencia.
Ella se preparaba la materia con el objetivo de superarse día a día. El tal profesor en cambio, no lo hacía. A los diez minutos de haber empezado la clase le pedía por favor a la niña que le dejara hacer una llamada de carácter urgente ya que tenía a su abuela hospitalizada. Así que la alumna lo acompañaba hasta el salón y allí él se acomodaba y con absoluta libertad de que los empleadores o sea los padres no estaban en casa, se explayaba. Menos mal que la familia había contratado la tarifa Interurbana ilimitada de Telefonica porque sino la factura hubiese sido desorbitada.
Fueron muchas las veces que el profesor particular tiraba de agenda, llamando a cualquier amig@, familiar, pariente cercano o lejano y por supuesto a su novia con la excusa siempre de tener a su abuela con una enfermedad incurable.
Después de finalizar sus conferencias telefónicas, volvía a la habitación en donde supuestamente se impartían las clases preguntándole a la niña ¿por dónde íbamos? por cierto, ¡mi abuelita está igual! Y al cabo de dos minutos le decía, bueno lo dejamos aquí, el próximo día retomamos.
Después de varias semanas y meses el profesor fue despedido, ya que no se dedicaba a dar clases sino que trabajaba como teleoporador o algo parecido, desempeñando otras funciones para las que no había sido contratado.
La niña en muy poco tiempo con su esfuerzo se convirtió en una Einstein.
