Los nervios los tenía a flor de piel pero aquella emoción momentánea y aquel miedo escénico le hacían sentirse viva por dentro.
Aquella funda a cuadros rojos y blancos cubría uno de los tesoros más preciados para ella, su guitarra española.
En aquella sala repleta de gente solo se respiraba silencio y calma, silencio que únicamente se rompía cuando algún tosido o carraspeo de garganta irrumpía.
Inés su profesora, se encontraba en el escenario ultimando los detalles para que todo saliera según lo previsto. Lo que aquella mujer sentía por la música era más que pasión. Era disciplinada, aplicada y muy exigente. La posición de la espalda era lo que más remarcaba cuando de tocar se trataba.
Los ojitos de aquella niña seguían clavados esperando a que su turno llegara. El foco iluminaba aquel escenario sin dejar ver apenas las caras de los que allí presentes estaban. Los nervios iban «in crescendo».
Uno a uno los alumnos de la escuela iban interviniendo. La niña era la última en tocar. Inés quería finalizar el recital con ella. El estómago de la pequeña no podía estar más encogido, abría y cerraba sus manitas arrugando el volante de su vestido.
Su presentación y entrada fue formal. Se sentó colocándose entre los noventa y los ciento veinte grados tal y como había sido enseñada. El concierto fue único y muy entrañable. Aquella niña brilló como cualquier estrella de las que brillan cada noche por muy pequeña que sea.
