Aquel olor a café recién hecho, no se me olvidará jamás. Se levantaba muy temprano y yo desde la cama con un ojo abierto y otro medio cerrado escuchaba como trasteaba en la cocina. Al cabo de un rato y después de haberme desperezado me acercaba de puntillas, cogía una silla y me subía para ver con qué delicadeza hacía girar la manivela hasta moler el grano. Lo que venía después, me lo sabía de memoria,
_yo, yo echo el agua, yo lo hago_
_vale pero sólo hasta la válvula_ me decía _no la tapes_
Entonces llenaba el embudo de la cafetera y luego ella se encargaba de cerrarla.
_Mientras sube el café vamos a preparar el desayuno. Lo que más me gustaba era untar aquellas tostadas con mantequilla y mermelada aunque luego no me las comiera, pero hacerlo reconozco que me entretenía.
_No me untes más, que no me las voy a comer_ me decía.
Después de haber untado tostadas para veinte comensales, yo me comía una manzana _muerde que es muy sana_ añadia ella, y acto seguido me arreglaba para ir a dar un paseo de su mano.
Algunas veces nos íbamos a las fuentes de agua y otras al parque de las mil escaleras que para acceder claro está, teníamos que subirlas al igual que luego bajarlas y aunque lo hiciera de dos en dos o de cuatro en cuatro me cansaba de igual manera, sin embargo yo me divertía por el reto que suponía tan gran hazaña.
Después de haber conseguido las tres medallas bronce, plata y oro por ser la niña que más escaleras subía y bajaba en una misma mañana, nos íbamos a casa a preparar la comida y a seguir jugando fuese a lo que fuese.
Dicen que el tiempo no vuelve pero echar la vista atrás de vez en cuando, te lo devuelve.
